Herminio era un hombre supersticioso, algo religioso también, pero que ponderaba el espíritu de sacrificio y la voluntad del ser humano. Le rezaba a la virgencita para que no helara y se perdieran sus cultivos, aunque no dudaba en plantársele al mal tiempo, con su mejor cara. Se preocupaba, porque el viento sur venía insinuando antes de lo esperado, el crudo invierno. Conocía muy bien los presagios de los viejos gauchos, y las señales de la naturaleza le estaban impacientando. Caminaba por la chacra una tarde, cuando vio sobre un poste de itín, la famosa “animita blanca”, pregonera de las heladas. La impotencia que le envolvió el espíritu, se dio la mano con la rabia, y para desgracia del pajarito, el viejo llevaba la escopeta calibre 12 al hombro, y una muy buena puntería.
A la mañana siguiente, Herminio estuvo arriba antes del alba, apurando un mate caliente, al lado de un brasero. Afuera, el valle estaba cubierto de un manto blanco.
Carlos Manuel Vicente