El frío lo encuentra en una esquina cualquiera, en lugares insospechados, y cualquier rincón de la calle le sirve de refugio por esa noche, quizás dos, o algunas cuantas. Mira las personas andar, ve sus caras indiferentes, siente sus pasos, escucha sus conversaciones carentes de sentido. Alguno le echa un ojo, otro le hace una morisqueta, y nunca falta un amigo que le da una mano, una caricia, y hasta algún ansiado bocado. A veces sueña con un hogar, más no por salir de la intemperie, quizás para sentirse querido, pero por sobre todo para querer. Hay muchos como él, camaradas de ese exilio al que fueron lanzados, lejos de las razas selectas. En ocasiones la compañía es grata, aunque también es peor se jauría, para poder conseguir algo. No sabe de dónde vino, menos a donde irá. Es dura la vida andariega, pero marchando se sobrevive. Tal vez le haga un guiño el destino, y algún día llegue a un jardín. Mientras tanto seguirá andando, cuidando la gente pasar. Su astucia, lo llevará a humildes e improvisadas guaridas, otras tantas madrugadas más. Y él continuará esperando, un cálido corazón, que le haga un pequeño lugar.
Carlos Manuel Vicente