Afuera en ese mundo silente que nos engulle,
Escucho tu espíritu latir al galope,
Meciéndose entre los susurros de la brisa.
Precipitadas nuestras miradas se cruzan,
Siento tú alma cristalina acurrucarse,
Al son de los pasos de mis caricias.
Y cuando en el mar diáfano de tus ojos,
Encuentre un rellano para mi voluntad,
Habré de regalarte parte de mí.
Le he mentido a la suerte y los dioses tiranos,
Buscando una excusa profana,
Para abrazarte ante el déspota tiempo.
Más no puedo convencer mi intelecto,
Que la tibieza inmaculada de tu esencia,
Es una reliquia ancestral perdida.
Refulgen en el aire los conjuros peregrinos,
Viajeros cósmicos, jinetes de sentires
Que tan solo presumen de envidia.
Me acerco en absoluta convicción,
A la premisa que gobierna mi delirio,
Aun sin saber que tan cuerdo estoy.
Quiero callar la razón que lancea mi amor,
Pero ese sentimiento se escuda,
En mi locura y la paz que irradia tu corazón.
Carlos Manuel Vicente